jueves, noviembre 05, 2015

El novio de Betty Boop

El viernes pasado me dio Tomás Pavón (Cañaveral, 1959) su último libro, El novio de Betty Boop (Cáceres, Asociación Cultural Letras Cascabeleras, 2015), una novela breve en la que vuelve a aferrarse a sus personales mitologías modernas en un relato realista y urbano con un punto de lirismo nostálgico afín al penúltimo Juan Marsé de Noticias felices en aviones de papel. El rasgo distintivo de este relato de Pavón es su sabor pop y su manera de poblarlo de personajes que provienen de faunas actuales reconocibles. El novio de Betty Boop es el protagonista de esta novela, denominado siempre como N, y tiene una familia compuesta solo por hombres: su abuelo, su padre y su hermano. Ellos son los que aportan los colores al relato —el padre es un hippy de los sesenta, motero y devoto de Jim Morrison; el abuelo octogenario tiene novia veinte años más joven y toma viagra; y el hermano es un artista plástico pop y clásico y tiene una novia emo. A Betty Boop, la novia de N, le gusta vestirse a veces como las flappers, y en el espacio urbano de barrio obrero hay artistas de calle seguidores de Bansky o de Haring, gafapastas e hipsters, gamers y frikis. Eso sí, la paleta se nutre de otros tonos de menos tendencia: marroquíes de nucas rapadas, rumanos alcohólicos, brasileños del vale tudo, latinos de electro dance, inmigrantes de Las Cañadas... Lector de Marsé, sí; pero sobre todo de un escritor como Manuel Vicent, al que le gustaría parecerse, Tomás Pavón crea el retrato de una familia a partir de la visión itinerante de un N que se desplaza en bicicleta por su barrio y que sirve al narrador para poner su mirada reflexiva y crítica sobre la realidad que nos rodea. El resultado es literariamente estimulante y se me antoja un surtido de todos los registros que Tomás Pavón ha venido frecuentando desde sus artículos en prensa, sus prosas poéticas de El cuaderno de Corto Maltés (1999), hasta la novela El desván de la memoria (2009). Porque hay la reflexión propia de un cronista de la actualidad («El destino siempre es imprevisible, y siempre elige a sus víctimas de forma caprichosa. Vivir no consiste más que en recorrer un campo minado sorteando cadáveres aún calientes, entre el silbido de las balas y las luminarias de los obuses. Luego están los sueños y esos momentos de tregua en que la plenitud alcanza por sorpresa todas las regiones del cerebro, esos momentos fugaces y prodigiosos sobre los que la felicidad levanta sus castillos de naipes. Todo lo demás aparece en los manuales de prestidigitación o es pura entelequia, no hay mayor misterio. De modo que mejor olvidarse de los sofistas catódicos y de los iluminados que pululan por los afters hablando del tacto frío y rugoso de la piedra filosofal», pág. 15). Vaya una novela, dirá alguno. Porque hay trazos que parecen acotaciones valleinclanescas («Barrio viejo y arrabalero, ecos de bulería y de rumba bajo una luna de uralita que refulge en el filo de una navaja», pág. 95). Porque persiste la obsesión por el paso del tiempo: «Así va configurándose el relato de este tiempo, y así lo recogerán los anales por los que pasarán de puntillas las generaciones posteriores el día que toque estudiar en clase la era del pensamiento líquido» (pág. 85). Quizá por ese deambular de Tomás Pavón sobre las fronteras de los géneros, no está interesado en lograr un objetivo de novelista; y quizá por ello ni se inmuta por continuar con la etopeya de sus personajes a cinco páginas del final, cuando habla de los tatuajes del padre de N, por ejemplo. Un novelista que se precie endilga esto al lector desde el principio, para qué esperar. Y es que en realidad no hemos llegado a ningún sitio. Lo importante ha sido el recorrido, como el que el protagonista, el novio de Betty Boop, hace a lomos de la aleación que sea de su bicicleta Kross repintada de rojo. A mí, por eso, esta obra de Tomás Pavón me recuerda en su dispositio —y por eso me gusta— a esas películas del neorrealismo italiano en las que la voz en off del narrador iba presentando a las figuras circunstantes del relato. No hay nada más. Quiero decir, que el lector no espere un desenlace. Algo así como que «hasta el viaje de ida y vuelta al trabajo, con sus permanentes contrariedades e infortunios, se tornará placentero» (pág. 98). Eso sí, sin el relato de las contrariedades e infortunios. Y acabo. Uno de los atractivos de la edición de esta novela por Letras Cascabeleras son las ilustraciones de Pámpano Vaca, con sus guiños sobre el texto de Pavón. Sin duda, dan al libro un aire que está en el propio texto. Pero voy a ejercer de clásico, convencional y maniático y expresaré mi deseo de leer esta novela con un cuerpo de letra más generoso, sin ilustraciones y sin ese rasgo de liviandad y aparente facilidad que aportan los párrafos cortos y espaciados. Como un texto compacto. La pura letra. Pues bien, esta novela se presenta mañana viernes 6 de noviembre en la escuela Maltravieso Teatro (C/ Parras, 23, de Cáceres), a las 20:30 horas.

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