sábado, septiembre 05, 2015

La novela de nuestro tiempo


Algunos de los comentarios publicados sobre Rafael Chirbes con motivo de su muerte me recordaron ciertas ideas sobre la novela que había dejado anotadas para mejor ocasión. Las ciertas ideas vuelven sobre Balzac y aquello de que la novela consiste en narrar la vida privada de las naciones, una definición aplicable por algunos a la novelística del autor de Crematorio. Galdós ya escribió —en 1870, en la Revista España— que la «grande aspiración del arte literario de nuestro tiempo es dar forma a todo esto», y yo interpreto «esto» como la realidad, su realidad de su tiempo hecha materia novelable. Algo así —sin negar la riqueza de géneros y modalidades— espero yo de la novela de mis días. Algo como Absolución de Luis Landero. No tiene por qué aludir al pelotazo inmobiliario y a la corrupción; basta con que la novela trate de lo que trate con tal de que sus personajes coman lo que yo como, como ocurre en Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas, a la que algunos siguen considerando una novela sobre la guerra civil española. Y todo esto es porque me he preguntado muchas veces qué novelas serán los ejemplos de nuestro tiempo cuando hayan pasado cientos de años. ¿Lo será Misterioso asesinato en casa de Cervantes, de Juan Eslava Galán, reciente Premio Primavera de Novela? No lo creo. La lectura de un libro ya comentado aquí de Ricardo Senabre me llevó a unas palabras de Julián Marías en una obra antigua pero vigente sobre Literatura y educación en donde escribió que la literatura «ha sido el gran instrumento de interpretación de las formas de la vida humana, y por tanto la base de la inteligibilidad de la historia. […] Entendemos los pueblos o las épocas en la medida en que nos han dejado una ficción adecuada». El propio Senabre, en una crítica a Temblad villanos (2014), de Luis Manuel Ruiz, dijo que la actualidad de una historia no se plasma en una novela con alusiones a la actualidad de programas televisivos ni a personajillos efímeros, «sino haciendo que la época proyecte sobre cada página las ideas y creencias de una comunidad». Por eso lamento que algunas novelas que leo con interés de escritores cercanos y capaces no me sirvan para añadirlas como ejemplos de la narración de mi tiempo. Me ocurrió con la penúltima novela de Eugenio Fuentes, Si mañana muero (Barcelona, Tusquets Editores, 2013) —todavía no he leído Mistralia (Barcelona, Tusquets Editores, 2015)— y con Amantes en el tiempo de la infamia (Madrid, Siruela, 2013), de Diego Doncel, Premio Café Gijón. Son novelas estimables y alguna, como la de Fuentes, tiene momentos brillantes; pero, a pesar de todo, no acaban de llenarme, no terminan de convencerme como propuestas narrativas de mi tiempo ofrecidas por gente de mi generación. Y ambos autores no son sospechosos de eludir la realidad que viven. Fuentes lo hace con notable éxito en su serie de novelas de género negro —fuera de la novela histórica, de la ciencia ficción o de la novela fantástica, seguirá siendo este el género que habla de lo que se bebe hoy en un bar de Segovia o en una terraza de Cáceres— y Doncel lo ha demostrado en su interesante Mujeres que dicen adiós con la mano (Barcelona, DVD Ediciones, 2010). Por eso, cuando autores que tienen esa capacidad y están dotados de lenguaje novelesco se vuelcan en un tiempo no vivido como la guerra española o la segunda mundial —Diego Doncel tuvo que documentarse para averiguar si los soldados nazis fumaban o si bebían Coca-Cola por aquellos años—, a mí me parece que están desaprovechando la oportunidad de escribir su época. Y lo dice un afecto de la novela literaria, del buen experimentalismo y el metalenguaje. De la buena novela, en fin, la bien escrita.

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