martes, junio 30, 2015

Diez años


«Tesoros escondidos» fue el primer texto que publiqué aquí, hace hoy diez años. Fue aquel un pretexto para inaugurar un blog en cuya creación conté con la ayuda de Santos Domínguez, un pionero de los cuadernos de notas de lectura y que hoy dispone de un espacio de referencia mundial, en términos blogoesféricos. De él fue la elección de la plataforma y de la contraseña para crear mi blog. Luego todo fue saliendo según sentencia del tiempo. Es verdad lo que decía Álvaro Valverde cuando recordó, como yo ahora, el décimo aniversario de su blog, que era su libro (inédito) más voluminoso. También el mío; aunque menos extenso. En más de una decena de documentos tengo unas novecientas treinta páginas escritas y publicadas en Pura tura, que nació con esa vocación cortazariana desde el capítulo 73 de Rayuela. «Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas». Pura apacible ventana de mis quehaceres y sentires que me ha dado más satisfacciones que disgustos. Éstos, los disgustos, fueron todos los dicterios que llegaron como anónimos que no publiqué; y alguno que me arrepentí de haber publicado. Aquellas, las satisfacciones, fueron muchas, medidas también por todos los que dejaron unas palabras debajo de mis buenas intenciones; y por esas cifras que ahora, pasados los años, veo en las estadísticas que me dicen que hay más de nueve mil visitas —que nadie se sonría— en aquella entrada sobre los créditos de las películas en TVE; o cuatro mil en mi recuerdo de la profesora Carmen Pérez Romero. Prefiero no imaginar los motivos de quien busca en internet y llega a estas notas; pero en alguna ocasión la casualidad me ha deparado más de una alegría o un grato encuentro inesperado. En fin, por ahora Pura tura dura.

domingo, junio 21, 2015

Tontología


En coedición de la Librería Rafael Alberti de Madrid, que celebra sus cuarenta años (1975-2015), y de la Fundación Gerardo Diego, acaba de aparecer esta deliciosa edición facsimilar de la Tontología. Versos malos de poetas buenos que ideó Gerardo Diego en 1928 como último número de la revista Lola, «amiga y suplemento de Carmen». El ejemplar de 22 x 16 cms. viene en el interior del sobre de la imagen acompañado de una suelta de cuatro páginas impresas con una nota introductoria de Francisco Javier Díez de Revenga, que fue la que acompañó también la edición de la Tontología que publicó el Centro Cultural de la Generación del 27 en 2009 en la colección «Cazador de nubes» de la Antigua imprenta Sur de Málaga. Unos años antes, la Fundación y Ollero & Ramos Editores publicaron un nuevo facsímil de Carmen-Lola que incluyó, claro está, la Tontología en un pliego sin cortar de dieciséis páginas. Díez de Revenga explica muy bien la intención, el contenido y la significación de esta curiosa antología que era también, desde la broma, una declaración estética de la nueva poesía. Rafael Alberti, Dámaso Alonso —bajo cuya autoría se escondieron dos coplitas del innombrable poeta gafe Juan Chabás—, Manuel Altolaguirre, Enrique Díez-Canedo, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez —que se quejó por verse difundido con versos muy tempranos, con «poesías espantosas»— Antonio y Manuel Machado, Ramón Pérez de Ayala, Pedro Salinas y el propio Gerardo Diego fueron los buenos poetas que conformaron la antología que ahora se difunde en esta edición al cuidado de Andrea Puente —bibliotecaria de la Fundación Gerardo Diego— y dedicada a «los lectores, amigos y colaboradores de la Librería Rafael Alberti de Madrid, que aman los libros y la vida que hay en ellos de la misma manera que hacemos nosotros, en la calle Tutor, 57, desde 1975. Y que juntos miramos hacia el futuro».

viernes, junio 19, 2015

Heterónima


Saludo con alborozo la publicación de esta revista de mi Facultad: Heterónima. Revista de creación y crítica (núm. 1, primavera de 2015). Nace dirigida por Antonio Rivero Machina —que acaba de ganar el XVII Premio de Poesía  «García de la Huerta» y que pronto publicará nuevo libro poético, Contrafacta, como finalista en el Premio de Poesía Joven «Antonio Colinas» promovido por Ediciones de la Isla de Siltolá— y con un elenco de colaboradores distinguido y cercano —conozco a la mayoría que ha estado vinculada, o sigue estando, con la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres. La «Salutación» del director introduce cuatro secciones tituladas «Heterográficas», «Alteridades», «Creación» y «Crítica», y está claro que las dos primeras necesitan explicación; y por eso llevan sendos textos introductorios que se supone que están redactados por Antonio Rivero desde su mismísima «alteridad», pues él en la primera escribe sobre otro grande —además del Pessoa que está en esta revista de la mano de Antonio Sáez Delgado— como António Ramos Rosa. El afán de mostrar unas señas de nacimiento que tiendan a la heterogeneidad y a la heteronimia y la vocación fronteriza con Portugal colorean este número; pero también rebajan el sentido de las dos secciones de «Creación» y «Crítica», ya que en las anteriores hay tanto crítica como creación. De hecho, poetas como Ben Clark, Martha Asunción Alonso, Silvia Gallego, Sandra Eisenheim y José Manuel Díez no escriben en «Creación», pues lo hacen en «Alteridades», y sí Javier Pérez Walias con su poema anotado —se me hace presente la intrapoesía, la poesía crítica, la poesía didáctica con la que en los últimos tiempos recala Julio César Galán, otro hijo de esta Facultad—, o Jorge Luis Pérez Reyes, y Alberto Escalante con un relato-diálogo de sabor antiguo. Un consejo muy personal: que se dé aire a la poesía en la página. Quedan los poemas como en una corrala. En términos editoriales nunca fue despilfarro el poema por página. Con este número de Heterónima en las manos no puedo evitar hacer recuento de las revistas que he conocido en la casa —algo hace Antonio Rivero en su salutación, en la que cita Luar y Laurel, que no fue de la Facultad; pero que agradezco en la mención—; y me acuerdo de El gayinero —años 79 y 80—, con algún texto de César Nicolás o de Ricardo Senabre sobre Blas de Otero; de Residencia —que nació en la «San José» de su cabecera y que hicimos en la Facultad hasta 1989 y su número 15—; de La Nueva Letra —¡ay!, Antonio Maqueda, Diego Fernández Sosa, Laly Martínez Zamora, Manuel Remedios Gil, José Antonio Llera (Lleru)—, de la que solo encuentro ahora el número 1, de diciembre de 1991; de Baciyelmo, que impulsó Laura Puerto Moro, hoy filóloga y editora de Rodrigo de Reynosa, y de la que solo salió el primer número de 1998, que publicó textos de Álvaro Valverde, de Javier Rodríguez Marcos y de Basilio Sánchez, entre otros; o de Luar, la revista —también salió solo un número, el cero— de Fernando de las Heras, ya en 2004. Ojalá que de estos últimos precedentes comparta Heterónima el ímpetu y las ganas, y no la vida editorial, y que esta iniciativa se sostenga. Son otros tiempos, sí; y por eso esta revista de Letras nace en la red —con sus ejemplares en papel—, con más difusión y con voluntad de perdurar. Son otros tiempos; pero las circunstancias han propiciado una vinculación entre la revista de Filosofía y Letras más reciente y la más antigua, entre Heterónima y El gayinero, por la presencia en el recuerdo de Ricardo Senabre —fallecido el pasado febrero— en el texto firmado por José Luis Bernal Salgado, actualmente decano de la Facultad que fundó el primero —nunca mejor dicho—, y que se puede leer en la última sección de «Crítica», en la que además escriben Alberto Venegas sobre La estetización del mundo, de Lipovetsky y Serroy, y José Manuel Sánchez Moro sobre el Fernando Aramburu poeta. Y nota bene: dice Sánchez Moro sobre Ricardo Senabre que «no recuerdo quién, valorando su labor rigurosa, de pocos parabienes, como crítico literario, se acordaba de él aludiendo a que igual bregaba por el medievo que por el último libro de Fernando Aramburu». Se lo digo yo.

lunes, junio 15, 2015

Gil y Carrasco


Me ha alegrado la primera hora de la mañana leer el recuerdo escrito por Julio Llamazares en su columna de El País de hoy del escritor de Villafranca del Bierzo Enrique Gil y Carrasco (1815-1846), del que celebramos este año el segundo centenario de su nacimiento. Con ese motivo, el Consejo Comarcal de El Bierzo y el Centro Internacional de Estudios sobre el Romanticismo «Ermanno Caldera» han organizado el Congreso Internacional «Enrique Gil y Carrasco y el Romanticismo», promovido y coordinado por Valentín Carrera —director de la Biblioteca Gil y Carrasco—, que tendrá lugar en El Bierzo entre el 15 y el 18 de julio. Tiene razón Julio Llamazares en llamar la atención —no es la primera vez— sobre este extraordinario escritor de su tierra; pero habría que superar los tópicos de su adscripción al romanticismo —publica su gran novela en 1844, dos años antes de morir— y subrayar cómo supera la escuela y demuestra una modernidad admirable en los procedimientos narrativos que utiliza para escribir algo así como un testamento literario en el que se transmuta en el personaje de Beatriz Ossorio. Sí. El señor de Bembibre contiene en su línea argumental y en el perfil de su personaje femenino referencias fundamentales al acto de la escritura y al de la lectura que realiza su amante Álvaro Yáñez —y al soporte en el que se escribe y se lee—, y convierte un aparente relato histórico ambientado en el siglo XIV en un texto narrativo que reflexiona sobre sus límites e intereses. Una novela que habla sobre el propio texto y sobre el autor del texto, enfermo de tuberculosis como el personaje femenino protagonista, un personaje que escribe, como el mismísimo autor protagonista. Es estupendo que uno de los grandes escritores españoles del siglo XIX ocupe la primera plana —casi— de un periódico de gran tirada; y es estupendo que hoy mismo me haya llegado desde el Museo Romántico de Madrid el anuncio de la conferencia de Valentín Carrera «Enrique Gil y Carrasco, heterodoxo y visionario», que pronunciará en el auditorio del Museo (acceso por C/ Beneficencia, 14) este miércoles 17 a las siete de la tarde. 

viernes, junio 12, 2015

El mirador de la memoria

© CMD
Cuando uno llega en coche a las inmediaciones de El Torno (Cáceres), en el Valle del Jerte, al salir de una curva se encuentra con este monumento excepcional. Nos lo topamos sorpresivamente el último viernes de mayo —el día que murió Santiago Castelo— en una excursión fallida que hicimos a la Garganta de la Puria, pues no creíamos que este recordatorio tan visible estuviese a ese lado del pueblo. Sabíamos de él; pero no de su lugar preciso. Sorprende, conturba y emociona, en este orden. Sorprende y  conturba por encontrar en aquel paraje una presencia así. Emociona por el significado que tiene este recuerdo dedicado «A los olvidados de la guerra civil y la dictadura» que promovió a finales de 2008 la Asociación de Jóvenes Comarca del Jerte y que a poco de su inauguración en enero de 2009 fue tiroteado por algún furioso intolerante. En un lugar con vistas tan admirables emociona también por reivindicar una memoria histórica que en esta España de todos los demonios todavía sigue siendo una carrera de obstáculos, como este lunes recordaba Almudena Grandes, para los descendientes de quienes hicieron nuestra más digna intrahistoria y que se sienten despreciados por los que gobiernan el país en el que viven. Esto, como recordaba la escritora, mientras los Reyes de España homenajeaban en París a los españoles de «La Nueve» que liberó la capital francesa de la ocupación nazi. Puro grumo, sí. Hay que pararse un rato apacible en este mirador de la memoria.

jueves, junio 11, 2015

Sin gafas

En ¡Hola!, página 13. En casa de mi madre, que ya no lee. El 6 de mayo sobre una foto de la Reina Letizia: «vestía una camiseta dorada con original manga asimétrica, a juego con su carácter». Así estuve un par de horas, hasta que encontré las gafas: «vestía una camiseta dorada con original manga asimétrica, a juego con su cartera».

Oído en mi calle

—Llevamos todo el puñetero día discutiendo y al final siempre la culpa la tengo yo. Vale.

Rutina

Harto ya de hacer todos los días lo mismo, decidió cambiar de urtina.

lunes, junio 08, 2015

Alfredo Gómez


Se me ha muerto un amigo. Casi diez años llevo escribiendo en este blog y los amigos y colegas que he traído aquí por razón de muerte son muchos —demasiados siempre—, entre profesores, hispanistas, literatos... Nunca imaginé la situación de escribir sobre Alfredo Gómez (Zafra, 1958), que murió este sábado y no era profesor, no era hispanista, no era literato. Era un amigo sin aparente notoriedad pública. Y la merece. Era veterinario, de una de esas promociones anteriores a la creación de la Facultad de Veterinaria de Cáceres que tanto la nutrieron, provenientes de la Facultad de Córdoba. Si no me equivoco, Ignacio Navarrete López-Cózar, que fue el fundador de la Facultad cacereña, Ángel Robina Blanco-Morales, que fue su decano, Segundo Píriz Durán, que ahora es Rector, Juan Cotrina, veterinario en Valencia de Alcántara, y otros, venían de allí. Alfredo también. Alfredo logró una plaza de veterinario en la administración autonómica y uno de sus destinos fue Cáceres, vinculado al Parque Nacional —en aquellos años Parque Natural— de Monfragüe. Viví con él sus preocupaciones de trabajo y sus tribulaciones sobre la explotación de una propiedad familiar que incluía piezas de ganado para la que su habilitación profesional era una garantía. Una, al menos; para un hombre que no valía solo para los negocios, y que dedicaba la mayor parte de su tiempo laborable a la función pública. Otra parte, a su afición a la historia; a su voluntad por formarse académicamente hasta que llegó a titularse en la licenciatura de Historia, y a ser un veterinario escritor, autor de artículos sobre la veterinaria en la selección del caballo español del siglo XVI, sobre cómo se veía la albeitería en ese siglo por algún personaje religioso o sobre el caso de un gran albéitar como Hernando Calvo, trabajos que fue publicando en la revista Información Veterinaria entre 2006 y 2009. Poco después, esas investigaciones que le traían a Cáceres subrepticiamente —casi nunca me llamaba para no molestarme— dieron forma a un libro que estuvimos a punto de publicar en la Universidad de Extremadura hasta que se cruzó el reconocimiento de un premio del Colegio Oficial de Veterinarios de Valladolid en 2010, que tuvo el acierto de destacar el libro de Alfredo Gómez Martínez, y de publicarlo —para mí, precipitadamente y sin el debido cuidado— bajo el título de Luis de Cáceres y el castigamiento de la cola en el caballo. Un albéitar vallisoletano de la Corte de los Reyes Católicos (Valladolid, Ilustre Colegio Oficial de Veterinarios de Valladolid, 2010). Lo que Alfredo estudió con documentos era un procedimiento quirúrgico que evitaba que estos animales rabeasen con la cola —lo que hoy resulta tan atractivo y útil en las faenas de toreo a caballo— cuando se disponían a ser usados para combatir. Para esto Alfredo consultó manuscritos de la Biblioteca Nacional de España, de la Biblioteca Nacional de Francia y de archivos provinciales como el cacereño, del que me facilitó los datos de un poeta vecino de Plasencia que otorgó en 1580 una obligación sobre un auto en verso castellano que ojalá, dada su rareza, haya quedado recogido en alguno de los repertorios bibliográficos que conozco. Alfredo Gómez era una excelente persona con la que compartí piso en mis primeros años como profesor. En noviembre de 1987 me prestó su coche, un Citroën BX beige, para que yo pudiese mejorar la intendencia de aquel congreso sobre nuestro paisano García de la Huerta al que acudieron personalidades como Russell P. Sebold, René Andioc, Francisco Aguilar Piñal, José Caso González o Jesús Aguirre, que, en nombre de la Academia Española, quemó con su cigarrillo la tapicería del coche de Alfredo. No sé cuándo lo vendió o traspasó; pero sí sé que nunca arregló el desperfecto y que siempre se jactaba entre risas de que aquella quemadura se la había hecho el Duque de Alba. Alfredo Gómez era delicado y correcto, tímido y temperamental, tan caballeroso como para disculparse un día —hace muchos años— con un amigo por salir con su antigua novia. Me parece que fue Plinio el que dijo que el hombre debe al vino ser el único animal que bebe sin sed, y se me hace familiar el dicho cuando pienso en Alfredo, tan amante del vino, tan veterinario y tan buen lector. Me gustaba verle saborear un buen caldo y también conformarse con cualquier copita que le sirviesen en un bar siempre que fuese vino. Aquí escribo evocaciones y lecturas, y aquí también escribo un beso para Teresa y Elisa, sus hijas, y para Carmen, su mujer, mi amiga desde nuestra más jubilosa adolescencia y un motivo más para dar firmeza a mi íntimo parentesco con Alfredo durante todos estos años.

viernes, junio 05, 2015

Juego de damas, de Isidro Timón


Después de haberse abierto el martes 2 de junio el XXVI Festival de Teatro Clásico de Cáceres con la estupenda obra de Juan Mayorga El chico de la última fila, con uno de los montajes de la Escuela de Arte Dramático de Extremadura (ESAD), la sección «oficial» arrancó el miércoles con Juego de damas, una obra escrita y dirigida por Isidro Timón, basada en la que Marcel Bataillon llamó «novela cortesana» de materia picaresca La hija de Celestina, de Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo. Esto es lo de menos, a mi parecer, porque lo que Isidro Timón ha hecho es una obra propia, adaptada a unas circunstancias, que no debe ser considerada una versión del texto del siglo XVII. La honestidad del autor es manifiesta cuando firma y titula Juego de damas con citación de «A partir de La hija de Celestina, de Salas Barbadillo». Y, a partir de ahí, en efecto, la propuesta de Isidro Timón transita por caminos muy distintos al rescate de un texto del Siglo de Oro. (Que no desmerece, por cierto: «Sabed, señora, que en llegando una mujer a los treinta, cada año que pasa por ella la deja una arruga; los años no se entretienen en otra cosa sino en hacer a las personas mozas viejas, y a las viejas mucho más; que este es su ejercicio y mayor pasatiempo. Pues si por haber vivido una mujer mal, adquiriendo con torpes medios hacienda, cuando llega a la vejez, aunque la goza descansada, es triste vida por ser afrentosa, ¿cuánto peor estado será el de aquella que tuviese juntas la afrenta y la pobreza?»). Así que el marco se ha comido al lienzo o paño de la historia de la bella Elena hija de Pierres y Celestina —donde Méndez, el ama, es ahora Menda—, solo pespunteada en lo escrito por Isidro Timón por algunas alusiones y precisos referentes —el origen del personaje, la afición al alcohol de su padre, la prisión, Montúfar, etc.—, en beneficio de una dramaturgia centrada en el lucimiento de las dos actrices —Asun Mieres y Elizabeth Ruiz—, cuyo trabajo merece un reconocimiento, y en concesiones al público con cuadros como el homenaje al Quijote o el rap que dice Menda como un narrador épico que no aporta narración, aunque lo pretende, y sí comicidad a la escena. O —marca de Isidro Timón; recuérdese su Okupando clásicos— en la intención didáctica del juego metateatral que hace intervenir al Poeta en su voz —con la excelente locución del periodista radiofónico Vicente Pozas—, al que hablan sus personajes. Buena entrada en la Plaza de las Veletas —único escenario al raso ya de un festival que tenía el atractivo de sus espacios en el conjunto histórico—, con las butacas vendidas de la familia y los amigos —me incluyo— del director, de las actrices y los compañeros en la Universidad de Extremadura —también me incluyo— de Rafa Santana, responsable eficiente del sonido y las luces; o de un grupo de estudiantes y profesores universitarios de Nuevo Méjico. Bien. Buen ambiente. 26 grados. Y uno alto de satisfacción en todos los que han trabajado este espectáculo que ojalá pruebe suerte en las tablas de otros festivales y contextos.

miércoles, junio 03, 2015

Morerías


Marzo resultó un mes propicio para los lectores del extremeño de adopción Elías Moro (Madrid, 1959), que ha publicado un nuevo libro de poemas, Hay un rastro, como cierre de la colección «Luna de poniente» de la editorial De la luna libros, y un libro de aforismos, Algo que perder. Aforismos (o así), en Ediciones de la Isla de Siltolá, en una colección dedicada al género en la que están también el poeta y crítico José Luis Morante, el escritor cubano de Albacete León Molina y el extremeño de Hervás Manuel Neila. Cuando hojeé Hay un rastro eché en falta una coda o una sección de «deudas pendientes» como las que han cerrado obras anteriores del autor, signos de su carácter bondadoso, cariñoso y agradecido; pero cuando leí el libro y percibí su tono y su intención comprendí que no cabían más palabras en él que la dedicatoria que lo encabeza: «A la memoria de los olvidados». Elías Moro en tono adusto y grave, civil e históricamente grave, para recordar que «Hay un rastro de sufrimiento en la nieve» —el primer verso del libro— y que la poesía puede dar voz a los muertos —«Los muertos hablan» es la última sección— y a los perdidos. A pesar de la severidad y dureza de esta obra —«Tiro de gracia», «Derrota y hambre» o «Trilogía de los trenes tristes» son otros títulos de sus partes—, gusta —pura empatía— encontrarse con esta forma de denuncia de la destrucción, la guerra y «la muerte por la mano del hombre». Este aficionado a los bestiarios dijo la tarde electoral de la presentación de Hay un rastro en Cáceres que en sus libros siempre salen animales. Sí, en este, cuervos, moscardas y gusanos; todos teñidos de una coloración mortuoria que, sin embargo, no parece extraña en un poeta que ha tendido siempre al juego con las palabras y a la chispa de la ironía y el sarcasmo. Nadie traiciona a nadie aquí; al contrario, el poeta de El juego de la taba que se pregunta infantil si la brújula es una bruja esdrújula es el mismo que se pregunta qué gloria hay en matar a un hombre indefenso. El mismo. El mismo que ha escrito una nueva colección de aforismos con ese título de Algo que perder extraído de uno de ellos: «No te confundas: al final, siempre hay algo que perder». No hace mucho, y casi coincidiendo con la lectura del libro de Elías Moro, he leído otra especie de pecio: «La vida es demasiado corta para beber mal vino». Adivinen. Proviene, sí, de uno de los anuncios de la página web de una bodega zamorana: Elías Mora. Buen vino. Bueno para acompañar este surtido suculento, esta nueva colección de textos de Elías Moro, una más en un incorregible coleccionista de trozos de vida, ahora, de pensamiento en píldoras. Hay donde elegir, desde lo más cercano a la ocurrencia chistosa tan cara para Elías —«Hacía trampas jugando al solitario. Y siempre perdía»—, la pura paronomasia —«Acertó con el aserto»—, entre los textos breves —hay alguno más breve aún—; hasta la reflexión más sostenida —en la que me gusta más— en textos de cuatro o cinco líneas —los menos— sobre el tiempo por venir (pág. 57), la opinión intransigente (pág. 47), en fin, sobre la vida (pág. 22). Y esta es otra; el problema no resuelto de este género para sus lectores: que pierdes un aforismo y no hay manera de encontrarlo con facilidad, que no valen índices. Yo propongo uno del tipo mots-clefs en el que la palabra esencial del asunto quede representada. O algo así. 

martes, junio 02, 2015

I Premio de Poesía Joven 'Ángel Campos Pámpano'



La obra titulada Do soneto à prosa poética passando por Camões, oitava real e a minha frustração, de José Pedro Ribeiro-Rosa C., del Instituto Español «Giner de los Ríos» de Lisboa (Portugal), ha sido la ganadora del I Premio Hispano-Portugués de Poesía Joven «Ángel Campos Pámpano», dotado con 500 euros, un diploma acreditativo y una obra original realizada para esta ocasión del pintor Javier Fernández de Molina. También, el jurado, ha concedido un accésit —diploma y lote de libros o material informático por valor de 100 euros— a Poema-Memória, de la alumna Joana Cortes, de la Escola Secundária Mouzinho da Silveira, de Portalegre (Portugal). Ha sido la primera edición de este premio hispano-portugués de poesía joven, dedicado a la memoria del poeta, profesor y traductor Ángel Campos Pámpano (1957-2008) y promovido por la Asociación Cultural Vicente Rollano de San Vicente de Alcántara, pueblo natal del escritor. Es un premio destinado a estudiantes, entre 14 y 18 años, de Educación Secundaria y Bachillerato de los centros de Extremadura y de Alentejo, y del Instituto Español «Giner de los Ríos», en el que Ángel Campos estuvo impartiendo clases entre 2002 y 2008. El jurado, presidido por Álvaro Valverde, y cuya composición puede verse pinchando —arriba— en las imágenes con el fallo del premio, comunicará próximamente lugar y fecha del acto de entrega de los galardones y, ojalá, la convocatoria de una nueva edición.