martes, julio 29, 2014

En Como


La fotografía está tomada ayer, en la Piazza San Fedele de Como, muy poco antes de que empezase a llover y una tormenta tras otra oscureciesen el cielo en un verano extraño que está dejando cerca del centenar de litros por metro cuadrado en muchos lugares de la Lombardía. Precioso sitio que, a pesar de la visita intempestiva de la lluvia casi siempre a la caída de la tarde —con la tarea cumplida—, hemos disfrutado en estos días.

martes, julio 22, 2014

Lecturas de verano


Vuelve, inexorable, en cada estación esa costumbre de hablar de lo obvio. Por ejemplo, cómo soportar los rigores del verano. El otro día entrevistaron en televisión a un médico que decía que en los días de altas temperaturas hay que evitar la exposición al sol en las horas de más calor y beber mucha agua. Otro de los tópicos cíclicos es el de las lecturas de verano. Babelia le dedicó el otro sábado un espacio, y el siempre brillante Alberto Manguel escribió sobre ello: «Las lecturas de verano son diferentes de las lecturas de invierno, como las de día lo son de las que hacemos por la noche. Algo en el aire y la luz que nos rodea afecta al texto y su comprehensión, y todo lector sabe que no es lo mismo leer una novela que nos deleita tendido en el pasto, al sol, que leerla acurrucado bajo una manta en la penumbra de un cuarto invernal. En verano, la relación con un libro se hace íntima, táctil, cariñosa, las páginas se contagian de la humedad de los dedos, adquieren el olor de un cuerpo, la textura de la piel humana. En cambio, bajo un cielo gris, un lector es más severo, recatado: la lectura se hace lenta, respetuosa, reflexiva.» Podrá ser; pero todo es mera sugestión. No es tanto el tiempo estacional como las circunstancias, y, sobre todo, el lugar. Una piscina llena de niños gritando no hace más íntima la relación con el libro y ni siquiera unas páginas de Dan Brown o de QMD! son más llevaderas así. Y tengo para mí que la misma lectura reflexiva del Oráculo manual y arte de prudencia de Gracián se puede hacer en agosto y en diciembre. Es más, si en verano leemos sin reloj, ¿por qué no leerse las novecientas cincuenta páginas de los Cuentos completos de Thomas Mann por la edición de Edhasa (2010) que me regaló mi compadre? ¿Por qué no leer unos cuantos ensayos literarios? Los recogidos, por ejemplo, en Contra (post) modernos, de Fernando R. de la Flor (Cáceres, Editorial Periférica, 2013), que son «tres lecturas intempestivas» sobre Miguel Espinosa, Claudio Rodríguez y Antonio Gamoneda.  ¿Y leer Jacques el fatalista de Diderot? No son lecturas de verano, se me dirá. ¿Por qué? Son igualmente refrescantes. De las que nos deleitarán «sin causar un dolor de cabeza» [sic]. El verano.

lunes, julio 21, 2014

Que van a dar a la mar


Se lo decía ayer a C. En la ficción, sobre todo en esos telefilmes de las tardes del domingo —ayer, Carnada (Bailt, Kimble Rendall, 2012), que fue película de tsunami y tiburones—, se sabe quiénes van a tener los papeles más cortos, los primeros en caer como víctimas del tremendo peligro al que están expuestos casi desde que arranca la acción. Suelen ser los más feos, los menos atractivos, los moralmente reprobables —justicia poética—, y en muchas historias, algún negro o algún oriental —como ayer en la tele. En la vida real, sin embargo, todo es distinto. Los que someten a los demás, los que roban —aunque sea un poquito—, los egoístas y malas personas campean a sus anchas por el mundo y mueren viejos. Por el contrario, sucede con frecuencia maldita que los que se van antes son los mejores. Intempestivamente, antes de que se acabe esta película mala que a veces es la vida. No se van sin más, es verdad; dejan multitud de amigos y de testigos agradecidos de su paso. Tras la ficción de ayer, la verdad nos ha llegado hoy; tarde, ciertamente. No menos sentida por la demora. Dos ejemplos: Álex Angulo y Fernando Arias. Buenas personas, honradas, divertidas. Algo más que secundarios de lujo, estos hombres dejan dolientes crónicos, es decir, los que harán que su recuerdo sea indeleble, y, por eso, jubiloso. Y que nadie me pregunte quién fue Álex Angulo.

domingo, julio 20, 2014

Diva de mierda


Una antología es una colección de piezas escogidas. Diva de mierda. Una antología alrededor del ego creo que no lo es; a pesar del subtítulo y de que se mencione la palabra «selección» en su portada. Al ser cada una de las piezas de un autor, finalmente, resulta que toda antología es una selección de autores. Como la selección nacional de baloncesto. Diva de mierda es una obra colectiva inducida, de encargo; y el resultado es un centón «alrededor del ego». El título y la idea provienen de la anécdota que cuenta José María Cumbreño —que para huir de egos firma el prólogo con el nombre de Fabio Betancour— sobre un joven mexicano que le envió un libro de poemas para que considerase su publicación y que al día siguiente volvió a escribirle para preguntarle qué le había parecido. El poeta y editor Cumbreño, con dos hijos y profesor, se excusó con un más que lógico ruego de más plazo para su respuesta. Al cabo de dos meses, el joven —impaciente, además de otros caracteres— volvió a escribir al editor y le llamó «completo imbécil» y «maldita diva de mierda». El también mexicano y también profesor Luis Arturo Guichard, amigo de Cumbreño y autor liliputiense, y María José —que, como su propio nombre indica, es la mujer de Chema— le sugirieron la idea que ahora se ha materializado en un libro así, con el pie forzado del tema del ego y la vanidad en el mundo del arte. El resultado es artísticamente desmesurado si uno piensa en la insignificante estatura de quien motivó todo y tiene tal concepto de su propia obra. Movilizados por el editor, setenta y seis autores han enviado textos que ocupan ciento ochenta y tres páginas de este volumen. El orden alfabético nos lleva desde Arturo Accio (México, 1975) hasta Jesús Zomeño (España, 1964), y en la ruta hay nombres como Rafael Courtoisie, Eduardo Chirinos, Pilar Galán, Concha García, Antonio Gómez, Cristián Gómez Olivares, Gonzalo Hidalgo Bayal, Juan Carlos Marset, Carlos Medrano, Juan Carlos Mestre, Eduardo Moga, Vicente Luis Mora, Elías Moro, Víctor Peña Dacosta, Omar Pimienta, Antonio Rivero Machina, Elena Román, Ada Salas, Álvaro Valverde... Hay de todo, poemas, imágenes, relatos, aforismos...; sonetos, epigramas, invectivas, parodias, décimas, versos traídos de la wikipedia... Hay textos muy logrados, otros que lo son menos, y otros algo forzados y desafortunados. Y hay, en general, una atmósfera de intrascendencia y juego que no está mal; pero que hace que la lectura de Diva de mierda evidencie que su interés se agotó en su propia anécdota. Su valor lo medirán aquellos autores que reivindiquen en las futuras ediciones de sus propias obras el texto que enviaron. Ahora estoy, también gracias a la generosidad de José Mª Cumbreño, con algo bien distinto: la edición de Mario Montalbetti, Lejos de mí decirles (Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2014), un volumen de más de cuatrocientas páginas de poesía que reúne casi toda la obra —casi inencontrable— de este profesor limeño de lingüística, hincha del Rayo Vallecano. Dónde va a parar.
Diva de mierda. Una antología alrededor del ego. Edición, selección y prólogo de Fabio Betancour. Cáceres, Ediciones Liliputienses (Colección Desalmados Eruditos, nº 1), 2014.
Mario Montalbetti, Lejos de mí decirles. Cáceres, Ediciones Liliputienses (La Biblioteca de Gulliver, nº 44), 2014.


jueves, julio 17, 2014

Aliteraciones


© Lapsus
«Con el concurso y junta de guerreros / el grande estruendo y trápala crecía», Alonso de Ercilla.
«En el silencio solo se escuchaba / un susurro de abejas que sonaba», Garcilaso de la Vega.
«El silbo de los aires amorosos», San Juan de la Cruz.
«Infame turba de nocturnas aves / gimiendo tristes y volando graves», Luis de Góngora.
«Con el ala aleve del leve abanico», Rubén Darío.
«[…] las imágenes y los recuerdos de Lina que sorbe su sopa sabrosa soplando siempre sonriendo», Julio Cortázar.
«El suave susurro de las gamuzas en el suelo sumiso», Matías Hidalgo. Del blog de Elías Moro, 15 de junio de 2014.
«La ejecución de Van Persie, con un cabezazo en vaselina sobre Iker, fue soberbia», José Sámano. Crónica en El País del España 1-Holanda 5. 

miércoles, julio 16, 2014

En recuerdo de Russell P. Sebold


En la Sala de Prensa de la web de la Universidad de Salamanca puede ampliarse la información que puse aquí el jueves 10 de julio, cuando se presentó Garcilaso en su entorno poético, el volumen de ensayos de Russell P. Sebold publicado póstumamente por Ediciones Universidad de Salamanca, sello bajo el que el profesor publicó los libros que se muestran en ese montaje preparado para la presentación —hay vídeo— y que encabeza esta entrada. Es un reconocimiento merecido de su querida Universidad de Salamanca. 

martes, julio 15, 2014

En 8º


Por las circunstancias que sean no acusé recibo en este cuaderno de los dos primeros títulos de la colección «En 8º», que han lanzado desde Gráficas Almeida de Madrid Víctor Infantes y José Manuel Martín con el sello de Turpin Editores. El arte científico para conocer y ejercer el comercio de la librería, para uso de mi empleado y otros alumnos del mismo oficio que deseen progresar (1789), de François de Los-Rios, y La biblia de los bibliófilos. Donde se contienen los preceptos de Harold Klett, que cambiaron de nombre en su traducción, y la glosa de Xavier da Cunha, de nuevo glosada por Víctor Infantes aparecieron en el otoño del año pasado. Es una colección de «libros sobre libros, textos marginales sobre asuntos marginales (o no tan marginales) y obras singulares de temas singulares; siempre de una cierta brevedad lectora y editorial, pues no están los tiempos para muchas materias y muchas páginas», decía Infantes en las palabras preliminares «A la nueva edición» de su biblia. De esta primavera son los dos títulos siguientes, los números tercero y cuarto de la serie: Un día en la vida del maestro impresor Joaquín Ibarra, de M. R. Blanco Belmonte; y La rúbrica impresa de los incunables españoles, con un exordio de un familiar Néstor Costa. En este es la imagen la protagonista, pues recoge —en homenaje a un bibliógrafo que sabía de esto, Francisco Vindel— setenta marcas y escudos tipográficos con los que se identificaban los impresores españoles del período incunable. En el primero es el texto el protagonista, el relato de la jornada de un impresor tan ilustre como don Joaquín Ibarra (Zaragoza, 1725-Madrid, 1785). Sí, el editor del Quijote de 1780 para la RAE, cuyo «día» es evocado por el escritor cordobés Marcos Rafael Blanco Belmonte. No es solo, pues, un homenaje al impresor aragonés —que lo merece, y merece ser imitado y seguido en la era digital con todas sus posibilidades—, sino un ilustrativo documento sobre «cómo era una jornada de imprenta en el Madrid dieciochesco», que es lo que escribe Marcelo Grota en la precisa nota «Previa» que da cuenta de los antecedentes textuales de este curioso opúsculo. Lástima que aquí no se pueda reproducir la sonrisa de aceptación del maestro Ibarra cuando cruzaba en su taller ante la mesa del corrector y del atendedor, diligentes en limpiar el texto de erratas. Y es que algún duende —el de siempre— ha adormilado a todo quisqui y hay erratas para desratizar en este librillo desde la página 15 de la «Previa», en la que hay dos; y si se sigue por la 22 —dos más—, la 25, la 29, la 30, la 34, la 35 , la 36... —ay, hay más por el camino—, hasta la 69, la 72 y la 76, que es la última antes del colofón, que está limpio. Cosas de imprenta.

viernes, julio 11, 2014

Emilio Gañán


El miércoles fui con otra disposición de ánimo. Resulta que la Sala de Arte El Brocense de Cáceres cae enfrente de la consulta de mi dentista, y en lugar de esperar ahí hojeando revistas del corazón o boletines del ramo odontológico, estuve disfrutando de la exposición Seguro azar, de Emilio Gañán (Plasencia, 1971), que lleva casi un mes en ese espacio privilegiado que tenemos en el centro más transitado de Cáceres. No sé cuántos visitantes habrán pasado por allí; pero me da la sensación de que sus cifras no se corresponden con el intenso tránsito que todos los días tiene la calle San Antón y con la facilidad de acceso para un viandante que, insisto, creo que pasa diariamente de largo. Quizá sea otro de esos valiosos espacios de cultura que no sabemos apreciar. El caso es que disfruté un buen rato contemplando yo solo la colección distribuida en las dos plantas de la sala. Es probable que haya sido la ocasión en la que he visto más obra junta de la abstracción geométrica de Emilio Gañán. Desconozco qué grado de relación consciente hay entre el título de la exposición y el del libro de Pedro Salinas, Seguro azar (1929); pero yo encuentro un impulso análogo entre el conocido poema «Vocación» de ese libro, con su propuesta de buscar —cerrar los ojos— otra realidad, la que no se ve, la que no está acabada; y la invitación de Emilio Gañán para encontrar esa realidad en el simbolismo geométrico de sus piezas. En el interesante diálogo («Desde la armonía de las formas a la música de la geometría») que el artista mantiene con la profesora Mª del Mar Lozano Bartolozzi en el texto que abre el modesto catálogo de la exposición, dice Gañán que siempre ha tenido dificultades con el color. Sería la luminosidad de la sala a esa hora o aquel plácido aislamiento; pero allí no se apreciaba ninguna dificultad, sino una armonía notable. Otra sensación fue la de profundidad, casi en el mismo sentido del Seguro azar saliniano con el que uno rehace la composición de una realidad en dimensión distinta. No tuve que cerrar los ojos para ver —enfrente, desde la planta de arriba— el sillón de mi dentista. Esperándome. Con otra disposición de ánimo.

jueves, julio 10, 2014

Garcilaso de la Vega y Russell P. Sebold


Este es el libro que Russell P. Sebold no llegó a ver publicado. Aludí a él —por la penosa circunstancia de que su autor no iba a recibir ya ningún ejemplar— en la necrología que apareció en ABC el sábado 12 de abril de 2014: «Hasta sus últimos días estuvo trabajando, y muy encima de su último proyecto que, lamentablemente, no podrá ver publicado: su libro Garcilaso de la Vega en su entorno poético, que editará la Universidad de Salamanca en las próximas semanas». Ya ha aparecido. Y debo mi ejemplar a José Antonio Sánchez Paso, editor en Ediciones Universidad de Salamanca, desde donde mantuvo un contacto muy directo en los últimos meses de su vida con nuestro querido profesor, que decidió dedicarle el libro: «A José Antonio Sánchez Paso, fiel amigo, incomparable editor». No en vano han estado trabajando juntos —Sebold y Sánchez Paso, de autor a editor— durante más de quince años en la confección de cinco libros con este: La perduración de la modalidad clásica. Poesía y prosa españolas de los siglos XVII a XIX (2001), La novela romántica en España. Entre libro de caballerías y novela moderna (2002), Ensayos de meditación y crítica literaria (2004), Concurso y consorcio: letras ilustradas, letras románticas (2010) y este Garcilaso de la Vega en su entorno poético (2014) cuyo halo sentimental tiene fecha e imagen. La fecha es la del 9 de octubre de 2013, cuando Bud Sebold escribe a José Antonio Sánchez Paso: «Tengo 85 años y mi salud es frágil. Sin embargo, me hace mucha ilusión ver este pequeño libro mío impreso y encuadernado, en fin, publicado, antes de despedirme de este planeta. Esa ilusión, las flores primaverales y la nueva sensibilidad de Garcilaso a la naturaleza seguramente me sostendrán hasta esa fecha, sea cuando sea». Quien recibió estas letras, después del fallecimiento de Russell P. Sebold, me escribió sobre esa frase: «No la olvidaré en mi vida». La imagen y su clave se las debo también a Sánchez Paso, que me hizo ver el parecido del retrato de Garcilaso con una de las fotos más difundidas del erudito y simpático profesor. Con la intención de sugerir ese parentesco, su editor y amigo quiso homenajearle coloreando ese dibujo de José Maea y grabado de Bartolomé Vázquez de 1791. Todo un guiño.
Leyendo este libro —releyendo algunas de sus páginas— revivo muchos otros lugares de la vasta bibliografía del profesor Sebold, muy consecuente siempre con sus ideas, y lógicamente insistente en sus afirmaciones sobre el dolor romántico, o el neoclasicismo, que también caben en sus ensayos sobre Garcilaso y su entorno. Este apreciado ensayo incluye cinco trabajos publicados en diferentes lugares —esas separatas de Salina que nos enviaba de vez en cuando— y uno inédito: «La depresión del poeta Juan Boscán», «Las dulces prendas de Garcilaso: Guiomar, Elena y Beatriz (aunque una de ellas acaso no lo fuera demasiado)», «De cómo se adelanta Garcilaso de la Vega a la sensibilidad moderna» —el que no se había publicado antes—, «La dulzura de Garcilaso y sus imitadores», «Hernando de Acuña: su poética y su sabrosa historia del alma» y «Francisco de Aldana: su lucha ante la risa de su llanto». Le habría gustado mucho verlo. Y espero que en otro lugar pueda hablar del contenido de este ameno libro que hoy ha sido presentado en Salamanca, con la intervención del director de Ediciones Universidad de Salamanca, Eduardo Azofra, y el Vicerrector de Investigación y Transferencia, Juan Manuel Corchado.

De un diario apócrifo


© Giovanni Vida da Tivoli, «Proyecto de fuente», 1575. BNE
Lunes. D'in su la vetta della torre antica, / passero solitario (Leopardi). El cerezo ha florecido. Perdí a mi padre, mi madre vive. Estar enfermo me pone malo.

sábado, julio 05, 2014

Lo que dejó la lluvia en Zafra


© Foto de J.J. Salado
El jueves estuve en Zafra en un acto íntimamente memorable. La presentación y lectura del libro de poemas de José Antonio Zambrano Lo que dejó la lluvia (Madrid, Calambur Editorial, 2014). Ha salido aquí más veces, desde su también zafreña primera presentación cuando aún estaba inédito, hasta una ocasión fallida en Cáceres. El acto, organizado por el Seminario Humanístico de Zafra, tuvo lugar en la capilla del Parador de Turismo, y participaron en él José Mª Lama como moderador, los poetas y profesores Luciano Feria y Benito Estrella, y el autor, José Antonio Zambrano, que leyó varios poemas de su obra. Como suele ocurrir en Zafra, fue una nueva prueba del cariño y el rigor con el que algunos ciudadanos tratan allí los actos culturales y del interés y respeto con el que se reciben —por un público estimable en número, aunque no el acostumbrado que llena las salas. Mi hermano dio la bienvenida, presentó a los intervinientes, mostró en pantalla cada una de las cubiertas de los libros —veinte— de José Antonio Zambrano mientras los reseñaba con alguna nota breve, explicó el protocolo del acto y lo puso en suerte para que aquello llegase a ser un homenaje a la poesía y una invitación amable a su lectura. Gracias a la lección de maestro que dio Luciano Feria, que se fijó en tres palabras del libro de Zambrano: alrededores, verde y desafío. Construyó una brillante lectura de la esencialidad y trascendencia de la palabra poética del poeta amigo. En primera fila, una joven rubia evocaba escuchando a Luciano sus clases en el instituto... Y gracias también a Benito Estrella, que mostró a la sala su amistad irrestricta —dijo que duraba lo mismo que el reinado de Juan Carlos I; pero que él no estaba dispuesto a abdicar— con José Antonio, y que leyó lo que había escrito en su blog: «Un libro más de Zambrano […] no es un libro más de Zambrano. Es el mismo libro, cada vez más hondo y transparente, más acendrado y riguroso, más preciso y descarnado, más decantado y amigable.» «—¡Cómo no me va a gustar venir a Zafra!», dijo un Zambrano agradecido a un público también agradecido por haber sido regalado con un acto «de lujo», como calificó más de uno aquello de la otra noche.

martes, julio 01, 2014

Primer día de julio


He tenido examen a las ocho de la mañana. Aula 20. Si el año pasado por estas fechas había alumnos que sufrían ahogos por la tensión y la temperatura, y otros que se situaban en la bancada al lado de un enchufe de la pared —para conectar un ventilador—, este, en el que precisamente se ha cambiado todo el horario para evitar las horas de más calor, ha habido alumnas con tirantas que se han quejado del frío en las aulas. Me consta. En mi aula no. Bueno, sí. Además, he de decir que me alegro de tener que examinar a alumnos ajenos, de promociones lejanas, heredados de otro profesor que los tuvo y sostuvo, para que ahora —de eso me alegro— sea yo el responsable último de que se licencien. No es lo mismo —o sí— estampar en un acta un aprobado o un notable que hacerlo cuando sabes que eso significa un título —una vez que se paguen las tasas. Ay, el Espacio Europeo de Educación Superior... Estocolmo a las cuatro de la tarde un día de mediados de julio y Cáceres a la misma hora en el mismo tiempo. Por cierto, en el mismo tiempo en que todos han terminado sus exámenes y tribunales. Pregunto fuera de España y mis colegas llevan ya dedicados a su formación en el extranjero —España— varias semanas. Pregunto en España y en casi todas las universidades han terminado con sus obligaciones docentes y andan en cursos y seminarios. Pregunto aquí y alguno cercano de mi calle me dice que desde cuándo no tenemos ya tres meses de vacaciones. Pobre, no tiene luces. Hasta el 18 de julio —de violenta e infeliz memoria— tenemos que demostrar que somos  cumplidores. Solo algunos; pues los que no cumplen y son excelentes ya pueden tomarse vacaciones. Con razón, pues dicen los jefes que pueden tomarlas. Aquí la excelencia se mide por el número de cursillos de formación, las comisiones de calidad a las que uno pertenece y un calendario que nos dignifique. O lo que es lo mismo, empezar las clases antes que los niños de Educación Primaria. ¡Ay!