jueves, febrero 28, 2013

Trece de nieve


Hacía cinco años que Juan Manuel Barrado (Huertas de Ánimas, 1962) no publicaba un libro de poemas. El último fue Fragmentos de cal y creo que éste, el nuevo, Trece de nieve (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2012) tiene con aquel el parentesco que dan la memoria, la conciencia social, la amistad y la lectura de los fragmentos de otros. Atento a la tradición literaria, la mediata e inmediata, y agradecido con ella, Juanma ha elegido un título-hallazgo de Gonzalo Armero y Mario Hernández en aquella revista literaria madrileña de principios de los setenta, Trece de nieve. Sus cinco secciones son todas expresivas de todo lo que define la actitud de Juan Manuel Barrado ante la escritura poética. Su fidelidad a César Vallejo («Pienso en tu sexo») se muestra en «Amor como laberinto», primera parte que pone el acento en el discurso íntimo del yo que se yergue en el primer verso del libro. «Biografías» es una certificación de las deudas que uno contrae leyendo y viviendo, y ahí están nombres como Jesús Alviz, Javier Alcaíns o Antonio Orihuela, autor del prólogo a este poemario. «Conciencia», como sección central, es la de más peso del libro en número de poemas, la que más se sitúa en la historia y en la ideología, y la que nos brinda uno de los textos que mejor pueden representar la ética y la estética de Barrado: «El fulgor de una moneda bajo la lluvia / y la lluvia», y así, enumerativo y sugerente, hasta el final. Por último, «Unidad rota» y «Blanco» son las dos últimas secciones del conjunto, más adelgazadas; y ha hecho bien Barrado en terminar en «Blanco» con la expresión caligramática que es fe firme de esa su experimentación como manera de entender la creación artística. Hoy se presenta el libro en la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres.

martes, febrero 26, 2013

lunes, febrero 25, 2013

Ha muerto Nigel Glendinning

© Hugo Glendinning
Es una triste noticia. Triste también para muchos de un amplio campo de la cultura hispánica. Desde los estudios literarios, principalmente, sobre nuestro siglo XVIII, hasta los de arte, en especial, sobre Goya. Sus investigaciones hace más de cincuenta años en archivos y bibliotecas sobre autores como José de Cadalso siguen siendo fuentes rigurosas y fiables; y lo mismo puede decirse de sus estudios sobre el autor de los Caprichos, iluminado siempre por él desde una perspectiva literaria, en los que destacó como experto, por ejemplo, cuando la polémica sobre la autenticidad de El coloso y La lechera de Burdeos. Nigel Glendinning (1929-2013), catedrático emérito que fue del Queen Mary Westfield College de Londres, enseñó en Cambridge, en Dublin, en Southampton; y ha sido uno de los grandes dieciochistas a quienes debemos la nueva y buena lectura de los mejores autores de la Ilustración. Fue maestro de un buen amigo que me ha enseñado mucho, Philip Deacon; y un nombre siempre vinculado al dieciochismo activo —participó en el Congreso de Oviedo de la Sociedad de Estudios del Siglo XVIII en 2008, cuando le vi por última vez. En mayo de 2010 recibimos de él una carta en contestación a la invitación que le hicimos los organizadores del simposio con motivo del centenario de Rodríguez-Moñino; se excusaba por no tener recuerdos y asuntos relacionados con don Antonio que no hubiese ya escrito y por motivos de salud. Murió el pasado sábado 23 de febrero, «quite suddenly», como escribió ayer su hijo Paul a Pedro Álvarez de Miranda, de quien he recibido la noticia.
La historiadora del arte Jesusa Vega ha escrito en ABC una cariñosa y precisa necrología de N.G.

viernes, febrero 22, 2013

Yo menos yo más otros


Uno de mis deseos blogueros para el año nuevo fue poder dar aquí noticia de algunos de los libros importantes leídos en 2012, e intentar que no quedasen arrumbados con la excusa —cierta, sin duda— de que no hay tiempo para, sobre todo, leer tanto; y luego escribir casi todo sobre tanto. Y hay varios libros leídos que están ahí y que quiero mencionar sin atender a razones de actualidad. Uno de ellos, ya antiguo —de hace dos meses y pico—, es el de Antonio Sáez, que vuelve a mostrarse con calidad y, en este caso, emoción. Lo ha hecho —lo hizo— en su libro poético de prosas y poemas Yo menos yo (Mérida, De la luna libros. Colección Luna de Poniente —G—, 2012). Las paredes que acogen mi lectura y relectura de las páginas de Antonio tienen algo que decir en «La identidad sustantiva», la sección central del libro, escrita para explicar el pasado, enmarcada entre «Ácido», que es un conjunto de hojas de un dietario del presente vecindario, y «Óxido», que se nos da como la serie de un diario del presente profesional, de una dedicación. Una dedicación que sigue dando sus frutos en forma de traducciones y de estudios que acercan la cultura española a la portuguesa, la historia de la literatura española a la de Portugal. Así, en sus Nuevos espíritus contemporáneos. Diálogos literarios luso-españoles entre el modernismo y la vanguardia (Sevilla, Renacimiento, 2012), que prolonga investigaciones anteriores de Antonio Sáez y reúne varios estudios publicados en lugares diversos en los dos últimos años. Trata, pues, del mapa de las relaciones literarias entre Portugal y España entre 1890, con la llegada del Simbolismo a Portugal, y 1936, la consabida fecha que parece que nos divide el siglo pasado en España. Leí con gusto los primeros Espíritus contemporáneos (Sevilla, Renacimiento, 2008), y ahora estos, los nuevos, suman en todo, y envuelven uno de los libros de poemas —y más— de Antonio Sáez que con más gusto he leído. 

domingo, febrero 17, 2013

La lengua madre


Ayer fuimos a ver el monólogo de Juan Diego sobre un texto de Juan José Millás espléndidamente puesto en escena por Emilio Hernández: La lengua madre. Una mesa de escritorio con su silla, unos papeles, una jarra con agua, un vaso y un actor. Luces. Patio y palcos llenos, con algunas entradas de anfiteatro. Parece ser que el origen del texto era una conferencia a la que se le vieron posibilidades dramáticas. Bien visto; porque Millás siempre ha tenido ingenio y hondura para hablar sobre el lenguaje de una forma amena, sorprendente y divertida. El público reacciona muy bien cuando el personaje de Juan Diego toma una palabra como objeto y se pregunta sobre su significado o, sobre todo, sobre su significante, sea colutorio, monegasco o abulense. O cuando se pregunta por qué complican tanto lo que debería ser sencillo y comprensible. Como la palabra palabra, que antes era «sonido o conjunto de sonidos articulados que expresan una idea», en el Diccionario de la Academia de 1992; y ahora, en el vigente, es «segmento de discurso unificado habitualmente por el acento, el significado y pausas potenciales inicial y final». Ay, si don Emilio Alarcos levantase aquella cabeza que definió palabra como «aquello que en la escritura aparece entre blancos» (Gramática de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1994, pág. 26)... 
Volviendo a Millás, creo que en su obra literaria hay mucho para llenar una función teatral sobre las palabras que llene un teatro sin tener que recurrir a la desregularización ni atribuir a los mercados el maltrato de la lengua. Por ejemplo, en El orden alfabético (1998), en el capítulo en el que se narra la pérdida de algunas letras y el personaje narrador dice a su amada «Te quieo Laua». Y entonces ella le contesta sorprendida porque él le ha dicho que no consigue «ponunciá» la erre: «Déjate de bomas». Imagino a Juan Diego con ese texto levantando al público de sus asientos, el mismo público —una parte mínima, es verdad— que no supo ayer interpretar los silencios del actor. Sé que no estamos para bomas, y que cualquier momento es bueno para quejarse, y que las palabras son un patrimonio de todos; pero a veces el arte artístico es más potente que el mediatizado para levantar las conciencias de este mundo que, como dijo Millás, no deja de ser un lugar extraño.

jueves, febrero 14, 2013

El Siglo de Oro de Moñino

Por muchas razones es una satisfacción ver este libro publicado. Las tengo personales y... personales. Porque me resulta difícil deslindar lo profesional, es decir, que celebro mucho disponer para la profesión de esta reunión de Estudios y ensayos de literatura hispánica de los Siglos de Oro, de Antonio Rodríguez-Moñino, con trabajos monumentales del erudito extremeño; de lo personal, que se concreta en haber participado en el nacimiento de esta colección, en conocer a quien la diseña con sus característicos estarcidos en portadas; y, entre otras razones, en sentirme bien cercano a Víctor Infantes, encargado de la edición de estos estudios de Moñino. Quien sepa lo que fue Moñino para la cultura española tendrá con este volumen un regalo impagable: la reedición de «El primer manuscrito del Amadís de Gaula, noticia bibliográfica» (1956); la del magistral «Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de los siglos XVI y XVII» (1965); la del discurso de Moñino sobre Poesía y cancioneros (Siglo XVI) en su ingreso en la Real Academia Española (1968); la de «Sobre poetas hispanoamericanos de la época virreinal (Con un ejemplo: Martín de León» (1968); y, finalmente, la de las ciento cuarenta y tantas páginas de la «Introducción» al Diccionario bibliográfico de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI), de 1970, luego completado, corregido y actualizado por el propio Víctor Infantes y Arthur Askins en 1997 (Editorial Castalia y Editora Regional de Extremadura). Infantes explica con conocimiento en su «Presentación» (págs. 9-21) el interés y las aportaciones de cada uno de los trabajos recogidos en este libro, y nos recuerda algunos pormenores del injusto veto político al que fue sometido este intelectual sin tacha, que, como precisa Víctor Infantes, estuvo hasta el final de sus días dedicado a la revisión de sus trabajos, el último de los cuales, el Diccionario bibliográfico de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI), logró ver en sus últimos días de un junio de 1970. Algo así era lo que yo barruntaba hace años que podría cumplir sobradamente con los criterios establecidos para una colección de Humanidades y Ciencias Sociales de excelencia.

Antonio Rodríguez-Moñino, Estudios y ensayos de literatura hispánica de los Siglos de Oro. Edición a cargo de Víctor Infantes. Cáceres, Genueve Ediciones, 2012, 376 págs.

domingo, febrero 10, 2013

Mestrario (I)


Tan solo con leer el título La bicicleta del panadero (Madrid, Calambur Editorial, Col. Poesía, 131, 2012) lo primero que se me vino a la cabeza —o a la boca— fue Pan (Pre-Textos, 2009), un libro, el último en vida, creo, de José Viñals (1930-2009). Porque también Viñals fue hijo de un panadero y así lo dejó escrito en aquellos poemas. Para Mestre escribió Viñals una de sus prosas de Hablar con extraños (2002), la serie incluida en su libro He amado (1998-2005), publicado por La Poesía, señor hidalgo en 2006.: «Pocos escritores saben lo que sabe la mayoría de los poetas: que lo que no conmueve no interesa. Pero ¡ojo! Sólo valen las emociones altas, no las de pacotilla. A mí me gustan las emociones que empañan un ojo y dejan el otro trasparente para el puro pensamiento». Aquí están juntos los dos poetas. Y el vigoroso verbo de Viñals me ha acompañado en la lectura de Mestre, que, aun con su voz personalísima, me acerca mucho por su conciencia poética a la del autor de Pan. La bicicleta del panadero es uno de los mejores libros de poesía que he leído este año. Es más, es un libro con el que no se puede competir, que no tiene parangón, dada su envergadura formal y literaria. He leído también mucho sobre el libro; y aquí va un muestrario no exhaustivo, antes de continuar compartiendo mi lectura: 
Santos Domínguez, «Juan Carlos Mestre. La bicicleta del panadero», en Encuentros de lecturas, 8 de junio de 2012.
Luis Artigue, «La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre», en Luis Artigue blog de lecturas, 25 de julio de 2012.
Manuel Rico, «Los descontentos y la vida bella», en El País. Babelia, 18 de agosto de 2012.
Alberto García-Teresa, «Juan Carlos Mestre. La bicicleta del panadero», en la revista de información cultural en internet Culturamas, 3 de noviembre de 2012.
Jordi Doce, «La bicicleta del panadero», en su blog Perros en la playa, 21 de noviembre de 2011. 
Además: Ignacio Elguero y Javier Lostalé, Entrevista con Juan Carlos Mestre en La estación azul de RNE, 24 de noviembre de 2012; y Alberto Martínez Arias, Entrevista con Juan Carlos Mestre en El ojo crítico, de RNE, 24 de enero de 2013.

viernes, febrero 08, 2013

Apartado 396


Se acabó. Veinte años he tenido este apartado particular en la oficina de Correos de Cáceres. Lo alquilé —no recuerdo si por quinientas o mil pesetas anuales— porque cambié en muy poco tiempo varias veces de domicilio en una época en la que recibía mucha correspondencia; y era cansado enviar casi cada año más de cien cartas con la comunicación del cambio de domicilio —no había correo electrónico. Lo del apartado me lo agradecieron muchos amigos a los que obligué a emborronar sus agendas. En 2002 pagué por el apartado 36 euros. Creo que aquello supuso pagar un incremento del 100% sobre lo que antes pagaba en pesetas; pero como a todos los ciudadanos de este país nos sucedió lo mismo en el supermercado, en los bares, en el estanco, en las librerías..., no le di importancia. Como toda España. Bueno, sí; estuve a punto de enviar una carta al director de Correos quejándome por pagar por renunciar a un servicio gratuito. He estado pagando durante años para tener que desplazarme hasta Correos para recoger mi correspondencia; y he renunciado durante estos años a que un diligente empleado del servicio postal traiga hasta casa mis cartas, sin coste; e incluso, de tratarse de un envío certificado, el cartero habría subido hasta mi puerta y me habría entregado en mano lo enviado. En 2005, la cuota fue de 39,40 €, y en 2006 de 45,70 €, y fue cuando me pareció abusiva la subida —¡6,3 euros!— por un discutible servicio. De un año para otro, en 2007, me clavaron de incremento solamente 2 euros con treinta céntimos; pero en 2011 ya estaba pagando 55,35 €. En 2012, 56,90 €. Y en 2013 la nueva cuota por el apartado quieren que sea de 60,68. Conclusión: soy un tipo muy lento para reaccionar. No como Álvaro, que ya reaccionó un poco antes. Pues eso, que me manden las cosas al campus, adonde siempre llegan; o a mi calle, que también.

Presentación de 'La palabra sabe'


miércoles, febrero 06, 2013

Andioc, Moratín y Goya


Uno de los más entrañables y evocadores regalos que recibí las pasadas Navidades me llegó de Annie Andioc desde Mirepoix sur Tarn, cerca de Toulouse (Francia): el libro Moratín y Goya. Artículos y otros escritos de René Andioc, en edición de Annie Andioc, su viuda, publicado por la Asociación de Directores de Escena de España (Serie Debate, núm. 18) en 2012, gracias también a la sensibilidad, el cariño y la amistad de Juan Antonio Hormigón. «Mi vida con un investigador empedernido. Modo de empleo» se titula la introducción que escribe Annie Andioc y que es toda una intrahistoria doméstica y amorosa de quien ha convivido durante muchos años con un «hombre ilustrado». La primera parte del volumen justifica el título, pues reúne trabajos inéditos de René, encabezados todos por unas jugosas notas de Annie, en torno a los dos grandes nombres de Leandro Fernández de Moratín y Francisco de Goya. Por ejemplo, la última conferencia que dio, en Cádiz, en noviembre de 2008; o el primer ensayo en que vinculó a Moratín y Goya, luego recogido en su libro Goya, letra y figuras; o un par de entradas del Dictionnaire Napoléon (1987) que no habían sido traducidas del francés. En la segunda parte, «Varia», hay una entrevista con Juan Antonio Hormigón, unos fragmentos con anotaciones de Annie de un diario de René, «Fragmentos de un diario», entre 2001 y 2009, y que están llenos de espontaneidad, lucidez y también, hay que decirlo, de cierta desolación ante el «desplome» de muchas cosas, entre ellas, la Universidad. Una nota cronológica y bibliográfica sirve de colofón de este volumen en un apéndice que incluye algunas de las necrologías publicadas después del 14 de marzo de 2011, fecha de su muerte. Fotografías y menciones de amigos, el recuerdo insistente de la imagen amable de René Andioc y muchas páginas para seguir aprendiendo de su magisterio. Es lo que ofrece este libro, que encarta, entre sus páginas 168 y 169, en papel distinto, satinado, y a color, varias ilustraciones: dos retratos que hizo Goya a Moratín, otros cuadros del pintor —sus autorretratos, El 3 de mayo en Madrid, El aquelarre...—, y dos fotografías de René del verano de 2005; una con su perra Flora. Valga como afirmación del título de esta entrada. Andioc, Moratín y Goya.

martes, febrero 05, 2013

I Concurso de Microrrelatos Manuel J. Peláez


A Manolo, estoy seguro, le habría gustado ver su fotografía —a quién no— entre las de don Augusto y don Julio. Y como en la segunda de las bases del I Concurso de Microrrelatos «Manuel J. Peláez» se les menciona, al uno por El dinosaurio y al otro por Rayuela, 68, me ha parecido que puede quedar bien como primer anuncio de este premio de microrrelatos —el «cuarto género narrativo», al decir de Irene Andrés Suárez en su reciente Antología del microrrelato español (1906-2011), de Ediciones Cátedra— promovido por el Colectivo Manuel J. Peláez de Zafra y que va a contar con un jurado presidido por Fernando Valls. Las microbases pueden leerse aquí y el plazo para la presentación de los textos es hasta el 31 de marzo de 2013. El jurado encarece a los concursantes cuidado en la preservación del anonimato vía telemática, según la tercera de las bases.

lunes, febrero 04, 2013

La palabra sabe


La experiencia de la lectura de un buen ensayo sobre poesía tiene dos direcciones, una de ida y otra de vuelta. Ocurre la primera cuando el ensayo nos propone una lectura hasta el momento desconocida, no hecha, cuando nos incita e invita al conocimiento de un autor no leído y muy poco conocido antes. La segunda se da cuando el intérprete nos ofrece una lectura complementaria a la que hicimos, nos muestra nuevas rutas sobre un territorio ya transitado. Se impone, pues, la experiencia de leer, y así se expresa en el primer ensayo —una conferencia— de este libro, «Tomar partido por las cosas»: «[…] entiendo que no cabe otra opción para un pensamiento que sea personal que recorrer los itinerarios trazados por otros, pensar con las palabras de otros, encontrar un montaje, una sonoridad distinta de esas palabras que de pronto diga algo que ellos no dijeron; suelo trabajar así: citando mucho, en la esperanza de que en esas palabras se dibuje mi voz.» (pág. 16). Un libro que empieza muy bien, con la dedicatoria a Nicanor Vélez; y que contiene algunos ensayos inéditos. Siempre, la palabra dicha por Miguel Casado sabe; sabe decir, sabe mostrar e iluminar lo que se ha leído. Con este libro, he estado de ida, por ejemplo, con el ensayo «El olor de todas las razas» sobre T. E. Lawrence y  Los siete pilares de la sabiduría; también con el que dedica a El síndrome de Gramsci, la novela de Bernard Noël, que no he leído. De vuelta puede decirse que estoy, pro domo mea, con aquellos otros autores sobre los que Miguel Casado ha vuelto a escribir con digna autoridad: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Vicente Núñez, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda, Manuel Padorno, Aníbal Núñez y José-Miguel Ullán. La lista ilumina parte del pensamiento de Miguel Casado y trasluce su poesía. «La poesía, pues, como la partitura en la que sería posible leer una autobiografía» (pág. 186), dice a propósito de Gamoneda. La lectura, como experiencia esencial de una vida, es un tramo considerable de la de Miguel Casado; partitura, pues, en forma de ensayo —La palabra sabe— de su autobiografía. Felicidades, Miguel. Y felicidades.
Miguel Casado, La palabra sabe y otros ensayos sobre poesía. Madrid, Libros de la resistencia (Colección Paralajes, 1), 2012.


viernes, febrero 01, 2013

Intemperie


Es una novela que ha nacido con muchos adjetivos en solapa. Conmovedora, poderosa, apasionante, excepcional, excelente, cautivador, sobresaliente, maravillosa, asombroso, hermosa... No sobra ninguno; y faltan otros; pero no hay que abusar, que el empalago es indigesto. Es precisa y sugerente —lo sabía— esta primera novela de Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) tan bien anunciada y recibida y que acaba de publicar Seix Barral inaugurando el año, Intemperie. La novela tiene tanta fuerza que no creo que nadie la olvide a la hora de hacer recuento de lo mejor publicado en 2013, y todavía queda mucho año para que salgan títulos. Me ha cautivado esta forma de relación amorosa y apasionada con las palabras, que no resulta en ningún momento cargante y que tanto se acerca al modo en que el poeta se relaciona con el lenguaje, esa herramienta sublime. Yo creo que aquí está el valor y la potencia de Intemperie, que logra despojar al relato de nombres y fechas para que todo se concentre en la expresión verbal que puede estremecerte con la lectura de una colilla marrón situada en el momento preciso de la historia; quiero decir, de la página. Esto debe de ser lo que desconcierta a quienes preguntan en estos días de expansión de la novela a Jesús Carrasco sobre su origen rural, sobre el tiempo, sobre la pista —dicen— que es el sidecar... Parece que tenemos que tener un referente tangible para que demos crédito de literatura realista a lo que nos llega como literatura realista. Pues no. Intemperie es tan realista como un poema de Olvido García Valdés, por ejemplo, de Lo solo del animal. Y yo creo que este narrador que es Jesús Carrasco es un buen lector de poesía, y que la poesía es base primordial de la intención de su novela. Una novela que no tardará mucho en ser puesta en imágenes. También parece que hay que buscar parientes literarios reconocibles a un texto para que no nos perdamos; aunque no tengan nada que ver. Imaginemos a qué autor puede asociarse una novela bien escrita que es rural y en la que hay una rata desollada a la lumbre. Malo; porque todo el mundo repite luego estas cosas y el autor se queda con ese recolguín hasta los postres. Imaginemos que teorizo sobre esta mirada literaria hacia la autenticidad de lo rural que en la tradición más cercana recojo de un Julián Rodríguez —otro talento FNAC— y de parte de sus Cultivos (Mondadori, 2008). En fin,  no todos los días siente uno la necesidad de releer un libro nada más terminarlo.