domingo, enero 13, 2013

El síndrome de Trigorin


El maestro Ordóñez —que no es el torero— escribió el jueves, claro,  en su columna  'El hombre que fue jueves', un texto con este título de arriba que alude al escritor que aparece en La gaviota de Chejov y que escribía notas de modo compulsivo. Como Marcos Ordóñez en sus cuadernos, como su amigo Alfonso Armada —que no es el golpista y marqués—, «un Trigorin a la cuarta potencia», dice Ordóñez. Como yo, humildemente. Mis cuadernos no ocupan una estantería, aunque ya tengo que buscarles espacio en otros cajones —uno es más reservado con su memoria exenta—; y me acompañan casi a cada sitio que voy. Si no es así, anoto cualquier cosa en los márgenes de las hojas del periódico —ahora vienen muy bien los anuncios de un banco de cuyo nombre no quiero acordarme—, en el resguardo del cajero automático o en la clásica servilleta de papel, que suele expandir la letra escrita con el rotulador como un atisbo de importancia que luego queda en nada, o casi nada. Cuando empecé a escribir en este blog creí que aquello iba a ser el principio del fin de mis cuadernos; y fue al contrario. Porque para escribir aquí tomo más notas que antes, y me pasa lo mismo que a Marcos Ordóñez, que lo que apunto es mucho más largo que lo que luego escribo. Ay, ojalá sea verdad aquello que le decía Juan Ramón a un Lorca muy joven a propósito de unos poemas demasiado largos: «La concisión vendrá sola». Lo que me recuerda que tengo que hacerme con el Epistolario II de JRJ en edición de Alfonso Alegre Heitzmann. Acabo de apuntarlo en mi cuaderno.

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