domingo, junio 10, 2012

Lo solo del animal (I)


Lo dije el otro día. Tiene uno la suerte de haber leído últimamente libros que tienen la capacidad de sugerir literariamente lo que la mayor parte de los libros de poemas no logra. Soy un gran lector de poesía solo por la cantidad, pero no soy buen lector de poesía. Quiero decir que no tengo buen ojo para captar de repente el buen poema. Necesito varias lecturas hasta llegar, a base de pasar y repasar el paño, a la brillantez de la obra. Para según qué poesía necesito leer más de tres veces un poema para desentrañar algo de lo que contiene. Tres y más; sobre todo si tengo que escribir sobre el texto o hablar de él en clase. Me ha pasado con tantos libros... A la postre, se establece con ellos una relación de dependencia nutricia en la que el lector siempre ocupa la posición de la cría necesitada de sustento. Ocurre en muchas ocasiones que cuanto más me exige el libro más y más me apasiona la lectura. No siempre; a veces, no llego y punto. No es el caso del último libro de Olvido García Valdés, Lo solo del animal (Barcelona, Tusquets, 2012). Con él me ha pasado lo mejor de lo que cuento. Cuesta más llegar a su centro que al de cualquier otro libro de poemas; me parece. Y en ello está su sentido e intención, creo. Y yo lo agradezco; pero no nos confundamos: sigue siendo igualmente difícil construir un discurso analítico convincente sobre una barquilla de Lope de Vega. En esta ocasión, ha sido el libro de Olvido el que me ha deparado este disfrute. Lo solo del animal parece un libro fragmentario y multiforme. Es un gran libro. Está dividido —mejor será decir puntuado— en cinco secuencias sin numerar: 'Sumido en sus sonidos', 'Una certeza de aristas leves', 'Aunque la pena no', 'Va el mirlo entre dos alas' y 'Me muevo al sol y pierdo'. Digo puntuado porque dividido puede ser demasiado severo ante la voluntad que yo veo en este libro de hacer un poema único, que tiene en su variedad de registros y en sus circunstancias y protagonistas cambiantes una de sus claves. Además, me gusta que estén presentes en él tres ausentes conocidos: Ángel Campos Pámpano, Fernando Urdiales y José-Miguel Ullán, por orden de aparición en la obra, que se cierra precisamente con el poema dedicado al poeta salmantino de Razón de nadie. Seguiré. Me queda lo más difícil, lo mejor.

1 comentario:

Carlos Medrano dijo...

La lectura de la poesía, Miguel Ángel, como la escritura, no se puede dar de cualquier modo o lograrse bien en cualquier momento. Requiere de un estado personal donde la sintonía con la creatividad y la intención y sensibilidad del autor se den -es decir, ser también creativa como la escritura- para que los poemas nos lleguen. Por eso también hay autores que aunque los leamos tienen poco que ver con nosotros. Lo subjetivo es importante y tiene que generarse el puente entre lo leído y nosotros, a veces nunca, y a veces al cabo de los años se nos revelan o caen otros autores. No hay verdadero lector que lea un buen libro de poemas a la carrera y lo capte del todo o bien, sino con sucesivas y agradables lecturas hasta que sin esfuerzo lógico esas palabras escritas con otra intensidad se nos abren y despliegan las sensaciones y matices. La literatura, cuanto más personal, más exige este esfuerzo, y la poesía nace desde un estado y lenguaje particular de mayor conexión intuitiva con lo contado. Es como todo, saber situarnos dentro de las zapatillas de quien escribe para entenderlo tal como al escribir quiso hacerlo, y ser capaz de disfrutar de lo artístico, que es el otro componente que sobre todo esta atrayente palabra tiene. Y todo placer se repite y se vuelve a él mientras -sin que importe el por qué- nos dice algo.

Me alegro de la recomendación que haces de este libro de Olvido. Es lo que dices, tendrá algo. Y es eso, esa mirada o decir lo que cualquier autor o lector persigue que se manifieste.