sábado, agosto 06, 2011

Almanaque

De enero a diciembre. O lo que es lo mismo, de "Trasbordo" a "Epicureísmo", que son los textos que enmarcan este Almanaque (Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Vincapervinca, 2011), compuesto por cincuenta y dos columnas —las semanas que el año tiene— seleccionadas entre las escritas por Tomás Pavón (Cañaveral, Cáceres, 1959) en su colaboración fija de "Contraplanos" en el diario Hoy entre 2003 y 2006. Es decir, un libro elaborado a partir de unos textos que ya tuvieron su entidad, su medio y su destino; pero ahora barajados —y retocados en lo mínimo preciso— de tal modo que el resultado es un gustoso recorrido por un año natural o almanaque, cuyas hojas —textos— son marcas temporales. Así, "Trasbordo" o "Juguetes" es enero; "Bisiesto" es febrero; "El Víbora" es abril; "Metamorfosis", agosto; o "Carpanta" es diciembre. Por eso, el afán del autor en su nota preliminar de vincular la escritura de la columna a la de un diario personal, un diario, en esta reelaboración, que subraya la temporalidad pero que elude la actualidad, para garantizar su vigencia. En la presentación de la obra en la pasada feria del libro de Cáceres, las palabras de Tomás Pavón me recordaron una reseña que escribí sobre Fin de milenio, la primera recopilación de artículos del autor, que se publicó en 1997 y que recogía las colaboraciones, también en Hoy, en 1995 y 1996. Se me ocurrió decir allí que aquel libro "debería imponerse en los bares y los cafés como aperitivo para los que esperan", y en el periódico, también el Hoy, en la edición de Badajoz, me publicaron la reseña con un notorio cambio de título y la fotografía de un camarero tras la barra de un bar secando unos vasos. A los tres días, se volvió a publicar, en la edición de Cáceres, gracias al buen hacer de Juan Domingo Fernández —que, además, fue el presentador de aquel libro de Tomás en el Corral de las Cigüeñas cacereño aquel abril de 1997—, con su título original y con una ilustración de la cubierta de la obra. Batallitas. Valdría decir algo parecido sobre las columnas de este Almanaque, estampas de opinión cuya lectura ahora puede evocarnos la que hicimos en poco más de dos minutos, con el café junto al periódico, con el humo de antaño y con el ruido de ambiente. Con la prosa y los asuntos que algunos gastan en la prensa diaria, lo de Tomás era y es un regalo; el de quien trata la realidad cotidiana con el respeto literario que los antiguos daban a las cosas graves. Personalmente, me quedo con los textos memorativos —hay bastantes— que rescatan los mitos pequeños de una generación, y los que se nutren de una lectura —"Mitología" me gusta— y remiten con pasión a ella. Recomendable.

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