domingo, diciembre 09, 2007

Mihura y algunas cartas con el brazo en alto

No me siento bien leyendo según qué epistolarios. “Leer cartas privadas supone un ejercicio de otredad y de usurpación, en el que se constata que el simulacro puede ser también una parte de la verdad y la seriedad una zona acotada por la ironía. La misiva privada nos enfrenta muy pronto con los límites del positivismo revelándonos al oído que lo que creíamos una confidencia personalísima es tan sólo un casillero de la astucia, una estratagema del yo. Una carta es un documento valioso, pero no definitivo.” Lo dice José Antonio Llera en la introducción de este Epistolario selecto de Fuenterrabía (1928-1977) de Miguel Mihura, que ha publicado Ediciones Espuela de Plata hace unas semanas. Yo no diría exactamente lo mismo que José Antonio Llera; y, además, lo diría más claro, con menos retoricismo. No me gusta leer las cartas de literatos que no aportan nada al conocimiento de su literatura y de sus principales circunstancias.
Lo único que aporta la tarjeta del Delegado Nacional de Prensa Juan Aparicio en marzo de 1942 es el escalofrío de su saludo afectuoso “brazo en alto”. Y sobre la que escribe Mihura a su madre, doña Dolores Santos, el 16 de abril de 1949 desde Buenos Aires, lo único que se me ocurre es reproducir parte de ella:
“Querida mamá: Ayer te escribí unas líneas precipitadamente para que alcanzase el avión de Iberia. Hoy te he puesto un cable en el que te anuncio el aplazamiento de mi vuelta. Y hoy, también, te vuelvo a escribir por si [por] casualidad esta carta pudiese ir en cualquier otro avión y llegase antes que yo, lo cual no creo.

Y te escribo porque en mi carta de ayer se me olvidó decirte que llamases al garaje, teléfono 210092, y le digas a Tomás, el encargado, que yo llegaré el día 21 por la mañana y quiero que me tenga el coche a punto; esto es: batería, aceite, neumáticos, etc.”[…]
Hay otra carta de Millán-Astray de agosto de 1943 que tiene más interés; sobre todo para aquellos historiadores que quieran acopiar datos para la caracterización tipológica del cerebro del personaje. El 5 de enero de 1937 Tono escribe a su amigo Mihura para preguntarle por su pierna. Y el 30 de diciembre de 1950 Álvaro de Laiglesia le manda una tarjeta felicitándole el año nuevo, diciéndole que se ha mudado a Claudio Coello, 86 y pidiéndole que le invite a almorzar a su “estupendo pisito, para que charlemos entre vino y vino como antiguamente.”
Dicho esto, que quiere decir que sobran misivas en esta edición —a pesar de lo exiguo en tiempo tan dilatado entre 1928 y 1977—, hay que destacar el trabajo de José Antonio Llera, que introduce y anota estos textos, sí interesantes —otros— para iluminar ciertos aspectos de la biografía de Mihura y de la historia editorial de algunos proyectos como La Ametralladora o La Codorniz, publicación ésta sobre la que Llera ha trabajado con extraordinaria solvencia. La sintética introducción de J. A. Llera sobre Mihura y la familia de esa otra generación del 27 es de recomendable lectura. Su buen hacer genera expectativas sobre lo que va a venir que se deshacen por la insulsez de algunas de las cartas.

Le debía a José Antonio Llera, que anuncia la publicación de un nuevo libro de poemas (El monólogo de Homero), un acuse de recibo también de un libro más nutritivo que apareció el año pasado en Madrid en Devenir Ensayo: Los poemas de cementerio de Luis Cernuda. Tan nutritivo que empezaba confesando que cada vez que el autor piensa en Cernuda le viene a la memoria una fábula, la de La oveja negra, de Augusto Monterroso. Con eso, todo. Y tan nutritivo por su fino análisis de la poesía cernudiana. Y, claro, también porque me tocó la fibra cuando dedicó un apéndice y tuvo en cuenta en su estudio los poemas de cementerio de Juan Ramón Jiménez. Qué recuerdos en clase sobre textos tan sugerentes como los del Diario de un poeta reciencasado.

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